Proceder con habilidades sociales durante el desarrollo de la docencia universitaria es una opción necesaria e impostergable, si se quiere prestar un servicio educativo de relevancia mundial. Lograrlo será fácil o difícil en la medida que todos los docentes podamos respondernos las siguientes interrogantes: ¿quién soy?, ¿cuáles son mis fortalezas y debilidades?, ¿procedo con habilidades sociales ante mis estudiantes?, ¿cuento con un plan de mejora?
Ocurre
con frecuencia que muchos docentes universitarios nos concentramos demasiado en
el conocimiento bruto, sin embargo descuidamos elementos fundamentales para la educación
de nuestros estudiantes como edad, cultura, religión, preferencias,
preferencias sexuales, moda, entre otros. Al desentendernos de estos elementos,
se nos escapa la posibilidad de dar el gran salto: pasar de ser simples
instructores a educadores.
Decía
José de la Luz y Caballero: “Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea
un evangelio vivo”. Según este criterio, educar es como esculpir, es como hacer
brillar algo. Consiste, como decía Quiroga, en “No sacar de la luz
humo, sino del humo luz”. Es como convertir la instrucción en un proceso
integral por el bien de todos (alumno, docente, padres de familia y sociedad),
pero ello solo es posible cuando el docente puede intervenir, cuando logra
convertirse en familia, cuando sabe utilizar las habilidades sociales como
vehículo fundamental para acelerar el crecimiento del estudiante. Cuando impone
carácter, sin descuidar ternura, respeto y consideración.
Para
convertirnos en educadores, orgullo de la sociedad, antes tenemos que preguntarnos:
¿me conozco? Personalmente, todo el desarrollo profesional que he alcanzado
hasta ahora, ha sido posible gracias a ese viaje que he realizado al centro de
mí mismo. He conquistado metas muy importantes, pero lo notable no es eso (creerlo
sería la debacle). Lo destacable está en comprender que todo lo logrado hasta
ahora no representa ni siquiera el 1% de lo que puedo aspirar. Por tanto, con más de un 99% de potencial por dinamizar se puede inferir que mis educandos, a pesar
de todo lo positivo, no reciben lo mejor de mí. Entonces se impone seguir creciendo. Un
viejo adagio reza: “de conocimiento tenemos una gota, de desconocimiento un
océano”, otro dice: “saber no ocupa espacio”.
Durante
mis ocho años como docente universitario he aprendido que en cada uno de
nuestros corazones duerme un sueño quijotesco, pero al lado de ese sueño también
duermen perros rabiosos. Mientras no sales del letargo, los perros siguen ahí;
apaciguados. Una vez que despiertas y comienzas a andar, ¿qué hacen los perros?
Comienzan a ladrar, pero tú no te preocupes, ellos ladran porque vas caminando,
entonces acelera el paso hasta que se cansen y desistan. Aprende a apartar las
piedras del camino y sigue adelante en tu empeño, no te detengas. Recuerda que
tienes en tus manos lo que más vale y brilla de la sociedad: los jóvenes. Por
tanto necesitas apertrecharte de mucha cualificación, dedicación y entrega.
Otra
medida es encontrar la motivación necesaria para hacer funcionar el motor
grande. Pero lograr semejante hazaña sin echar a andar el motor pequeño es
prácticamente imposible. Necesitamos dar el primer paso, romper la inercia,
comenzar a andar. Antonio Machado decía: “Caminante no hay camino, se hace
camino al andar”. No existe meta sin punto de partida y mucho menos sin toma de
decisiones. El cambio habita dentro de nosotros, pero su simbología es mucho
más profunda.
Del
mismo modo un docente poco empático es como un río sin agua o una ensalada de
vegetales sin vinagreta, es una persona que, posiblemente, está en el lugar
equivocado. La empatía es una habilidad social que se puede desarrollar. Aunque
son muchos los factores que hacen la persona empática o no, surge otra
pregunta: ¿cómo ser empático con nuestros estudiantes?
Lo
primero es la humildad, si la persona (docente o quien fuere) no es humilde,
ahí tenemos un gran problema, recuerdo a un reconocido periodista cubano cuando
decía: “El que cree que ha llegado es porque todavía no ha salido”. Si el
estudiante no entiende alguna lección, ¿cuál es nuestro deber? Explicarle sin apuros, hacerlo
entender citando ejemplos, casos, situaciones, etc. Si llegó tarde o faltó a
clases, ¿qué se supone debemos hacer? Muchos optan por colocarles evaluaciones
negativas o reprimendas sin antes haber averiguado cuáles fueron las causas que
motivó ese hecho. En este caso, no se estaría demostrando empatía. Docentes
así, podrán lograr muy poco o nada en el desarrollo integral del estudiante.
Tampoco estaría haciendo algo útil por él mismo.
La
empatía es saber ponernos en los zapatos de los demás y caminar con ellos. Hace
un tiempo atrás experimenté dos casos:
Un
alumno que todos los días llegaba tarde al salón. Un día me aburrí y le hablé
en voz alta delante de los demás, prácticamente lo abochorné. El joven se
sintió muy disminuido y hasta se retiró del salón esa mañana. Luego supe por él
mismo que trabajaba en un motel y su turno de salida era a las 7:30 de la
mañana la misma hora en que debía entrar a clases.
De
las experiencias se aprende.
En
otra ocasión, en horario vespertino, una alumna generalmente llegaba tarde. Un día
de esos la esperé fuera del salón e indagué el porqué de su actitud. Me dijo
que estaba embarazada y justo ese día le coincidía el chequeo con el ginecólogo.
Le pedí me mostrase su documentación porque solo tenía algunas semanas y no se le
notaba el embarazo. Me mostró y corroboré el hecho. También, le ofrecí todo mi
apoyo. La alumna, a pesar de tener 16 años y estar embarazada, asumió un
compromiso tal con el curso, que terminó con una nota de las más altas del
salón.
Y
qué decir de los docentes, respetuosos, medidos, autorregulados, moderados,
éticos, ¿están en fase de extinción? Ser docente y proceder con ética es muy
complejo, porque ante todo somos seres humanos, tenemos gustos y preferencias
como cualquiera, nos equivocamos, etc., y, siendo así, ¿cómo proceder
correctamente con nuestros estudiantes?, ¿cómo asumir ese gran reto?
Imaginemos
un estudiante que nos cae bien, tienen nuestro mismo apellido, llega temprano a
clases, en fin, como se dice nos gana el afecto. Y qué tal si dicho estudiante
sale mal en los exámenes. Ahí habría un dilema ético moral: ¿qué hacer? Si por
el contrario otro alumno lamentablemente (no) nos cae bien, porque ¡no sé!, tiene
mala caligrafía, llega tarde al salón, es conversador o sea cual fuere la causa,
pero a la hora del examen demuestra haberse preparado bien y obtiene una nota
ejemplar, ahí tenemos otro dilema moral: ¿qué harías?
Como
docente, he enfrentado estas situaciones más de una vez y aprender a manejarlas me ha llevado mucho tiempo y empeño (todavía sigo en ello). En este
afán he aprendido algo muy importante: el rol del docente universitario no
consiste en ser bueno o malo con los estudiantes, sino en ser justo.
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